Necesitamos una nueva energía optimista y más humana. PD: hagamos caso a Goethe.

Fotografía de una playa con una barca en la arena y un niño a su lado. Al fondo, un cielo lleno de estrellas en un fotomontaje de una foto del universo. Foto en blanco y negro. © Foto Ricard Ramon. Collage digital compuesto por una fotografía analógica (Leica R y Kodak TriX) y una foto libre de derechos de la Institución Smithsonian.

Amigas y amigos que os molestáis en leer estas líneas, se acerca un año nuevo lleno de incertidumbre y que se prevé más complicado para el futuro de la humanidad que el anterior. Todos los indicadores y la realidad evidente nos muestran un escenario de confusión, de mentira constante, de amenazas de gobiernos fascistas en oriente y occidente, de ascenso de los fascistas en este mismo trozo de tierra que habitamos, cuya memoria trae frescos y terribles recuerdos de los hechos criminales y salvajes que siempre cometen esos mismos fascistas. Supuestos demócratas, abriéndole las puertas al demonio ante nuestras narices y con desvergonzada alegría.

El escenario es desalentador, con una crisis climática desbocada e imparable de consecuencias imprevisibles, con gobiernos formados por pandas de lunáticos a los que hemos otorgado poder por la gracia de Meta, X y Google, que nos van dictando con sus algoritmos lo que tenemos que pensar, o peor aún, nos generan la suficiente confusión y sentimiento de derrota como para dejar de creer en nada. A la que se une la basura infecta de la IA generativa de OpenAI y derivados y sus megacentros de datos extractivos de agua y energía, generadores de pobreza y miseria en zonas rurales ya pobres y castigadas de inicio.

Los resultados electorales en todo el mundo parecen ir demostrando una sola cosa: la pérdida de esperanza y la fe en un mundo mejor. Algunas personas se están lanzando a votar hacia aquellos partidos que solo pueden prometer una cosa, la aceleración de nuestra autodestrucción colectiva, dado que básicamente eso es el fascismo. Un sistema de opresión de libertades y cuya novedad en su versión contemporánea es su pleitesía y obediencia a los grandes magnates de la tecnología (curiosamente extranjeros, ellos que se dicen tan nacionales en sus diferentes versiones de colorines).

Una desesperanza que contagia incluso a los esperanzados y optimistas, que permanecen prisioneros de sus redes, nunca mejor dicho, y se niegan a abandonar un mar embravecido en el que manipulan y destruyen su esperanza cada día. Un mar dominado por los algoritmos del poder que ahonda en la miseria de la humanidad. Como adictos, el primer paso es reconocer la adicción; el segundo, imprescindible, es abandonar con urgencia las redes del algoritmo del poder, eliminar para siempre X, Facebook, Instagram, TikTok, etc. y salir corriendo sin mirar atrás. Hay esperanza, más allá de los dictados del algoritmo y sus millonarios dueños, en las redes libres, sin dueño, federadas, sin algoritmo, cuya propiedad reside en las personas que las componen y donde no es posible generar adicción ni viralidad sin algoritmos.

Se necesitan impulsos políticos que no nazcan desde la rabia o la reacción que estas redes alimentan (de nuevo el algoritmo de los ricos para oprimir y manipular a los pobres). Que emerjan desde la proposición optimista de cómo se deben hacer las cosas hacia el bien. No como forma de enfrentarse al mal que nos acecha, sino porque solo se puede concebir el mundo hacia el camino del bien, de la búsqueda de la verdad, de la creación de escenarios de comunidad y pensamiento verdaderamente empático.

Hay que utilizar los medios creativos para estimular la posibilidad de imaginar nuevos mundos posibles y no para recordar de forma permanente las amenazas que se ciernen sobre nosotros. Las evidencias y el diagnóstico solo sirven para eso, para proponer y actuar, no para quedarse en la reacción y la queja perpetua hacia el otro. Esto supone una pérdida de tiempo y energía que debe conducirse hacia la restitución del bien y la esperanza, hacia la imaginación y el ejercicio activo de mundos posibles. Ejemplos de ello y personas que están en ese camino no nos faltan.

Quizá hay que proponer más utopías en el cine y en el arte, y menos distopías, que parecen ser las únicas que inundan las series y propuestas cinematográficas y narrativas. Hay que pintar, escribir, danzar, proyectándose hacia un futuro imaginado mejor, porque simplemente se vive mejor en los escenarios de ese futuro, que para que exista, hay que crearlo, inventarlo, imaginarlo y proyectarlo colectivamente. Y hay que visibilizar aquello que se está haciendo sin miedo y con alegría. Hay que poner de moda de nuevo hacer el bien, creer en los demás y en un futuro colectivo que sienta unas bases mínimas de esperanza en común. Solo existe futuro en lo común; esto es una evidencia empírica incontestable. Una verdad innegable, en tiempos donde nos quieren hacer creer que no existe la verdad.

Vivimos atenazados por el miedo y nos movemos por reacción, y es necesario empezar a moverse por acción. Los actos, el acto creativo, artístico, imaginativo, es el único que nos puede salvar de caer en la desesperanza o el nihilismo. El activismo no puede ser siempre reactivo, porque entonces jugamos prisioneros del campo contrario y sabemos que ahí no se puede ganar, como estamos viendo cada día. Tenemos la razón, la búsqueda de la verdad, la justicia, los derechos humanos, los derechos animales y ambientales, la ciencia, la ciencia del arte, incluso el sentido común al que tanto alegan algunos fascistas, reside en la razón y el optimismo.

Sí, ciertamente, parte de la cultura se ha vuelto hostil, y emerge una subcultura de la sinrazón y la mentira; eso lo sabemos. Tampoco es nada nuevo ni que nos debiera sorprender especialmente; siempre ha estado ahí en otras formas, solo hay que revisar la historia. Pero la oscuridad no se combate con más oscuridad, ni con exceso de luz. Nuestra obligación es crear el contraste entre la luz y la sombra, que es donde emerge el color, como demostró acertadamente Goethe; vamos a ello.

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